13.9.13

Las Aguadoras

En quinto año de primaria teníamos algo así como un taller de creación literaria. No nos enseñaban nada ni había reglas, lo único que teníamos que hacer era escribir algo cada semana y leerlo en clase. Los escritos no eran calificados ni criticados, solo los leíamos y ya. A mí me encantaba. Lo hacía con tanto gusto que ni siquiera lo consideraba una tarea. Mis historias (porque eso era lo que escribía) eran especialmente esperadas y bien recibidas por mis compañeros: los hacía reír.

Pero hubo una que los hizo reír más que ninguna otra. Se llamaba Las Aguadoras. Estaba protagonizado por algunas de mis amigas pero involucraba a todos mis compañeros, cada uno era mencionado por lo menos una vez. Era una historia chusca, de parodia y sátira. Mucha sátira. Cuando la leí en clase todos se desternillaron de risa sin control al grado de ponerse a llorar, incluso el maestro. Yo misma lloré de risa mientras lo leía y tuve que hacer varias pausas porque no podía más. Fue fantástico. Lo recuerdo como uno de los mejores momentos de mi vida. Quizá el mundo era tan duro y frío como siempre, pero nosotros no lo sabíamos o no nos importaba, solo éramos niños, niños riendo, niños cuyas carcajadas despertaban a los muertos y a los vivos que dormían en países donde ya había anochecido. Teníamos diez, once años.

Años después, ya en el último año de secundaria, husmeando en viejos cuadernos me encontré con Las Aguadoras, ese relato legendario. Fue muy lindo volver a leerlo y me pareció una buena idea retomarlo. Lo hice. Cambié los nombres de mis viejos compinches por los de mis nuevos compinches y lo transcribí a un correo electrónico. Pensé que si no los haría reír tanto al menos les evocaría una sonrisa, y eso sería era suficiente. Enviar.

Llegué a la escuela al otro día tarde como siempre. Al entrar percibí de inmediato un ambiente fúnebre. Parecía que alguien había muerto, pero no: en realidad todos querían matarme. Estaban furiosos. Me odiaban. Mis amigas, las protagonistas, más que nadie. Yo sentí que todo me daba vueltas. En el recreo me rodearon y hablaron muy gravemente conmigo. No recuerdo nada de lo que dijeron. Solo recuerdo que me sentía fatal y me temblaban las manos. No entendía nada.

Sigo sin entender nada.

Y esta es la historia más triste que he contado.

3 comentarios:

  1. :(

    Qué triste triste y qué aguadas las nuevas aguadoras, pero piensa que a lo mejor en unos años le cambias los nombres a esta historia y nos morimos de la risa. O lo intentamos.

    ResponderEliminar
  2. Ellos tampoco te entendieron por aquel entonces.

    Me he acordado de ti hoy porque este año tendré una asignatura "Tendencias Literarias" en la que tendré que escribir y leer lo que escriba en clase. Me parece emocionante pero también me da miedo. Ojalá escribiese tan bonito y sincero como lo haces tú.

    ResponderEliminar
  3. Se me apachurró el corazón la primera vez que leí esto. Hoy también.

    ResponderEliminar